En el centro, la vida.
En Biodanza comenzamos en círculo, con palabra y silencio. Nos escuchamos, compartimos desde lo que traemos y desde el cuerpo que somos. Cada una ocupa su lugar. Luego pasamos al movimiento: ahí el cuerpo toma el centro, no porque la palabra no importe, sino porque elegimos dejar a un lado las interpretaciones para sumergirnos en la vivencia.
Es en ese espacio donde comienza la magia.
Si le preguntás a alguien qué es la Biodanza, seguramente te dirá que hay que vivirla. Y es cierto. No se puede explicar del todo. Aun así, quiero contarte un poco —sobre todo desde mi experiencia, y desde lo que ha significado para mí este camino—. Y claro, también invitarte a vivenciarlo.
Conocí la Biodanza en Granada, España. Llevaba poco tiempo en el país y, mientras buscaba un curso de Psicodrama, me topé con un cartel que decía “Biodanza”. Me dio curiosidad. Aunque desde siempre he bailado y tengo la danza incorporada en el cuerpo, me daba pudor. Estaba en un momento donde muchas cosas se movían a la vez: lo bello, lo duro, la incertidumbre.
Y quizás por eso, me animé.
El primer día pensé que era teatro. ¿Cómo podían esas personas ser tan amorosas? ¿Y cómo podía vivenciar, al mismo tiempo, tanta incomodidad y algo tan verdadero? Pero al salir, caminé por la calle distinta. Estaba plena. Algo se había despertado dentro mío.
Y pasara lo que pasara, cada semana yo estaba en clase. El compromiso más grande era conmigo. ¿Cómo iba a perderme la oportunidad de conectar con esa belleza que empezaba a florecer adentro?
Claro que también aparecía la duda: ¿cómo sostengo esto fuera de clase? ¿Cómo lo llevo a mi casa, a mi pareja, a mis vínculos, a mi vida? Tranquila. Eso se va dando. La práctica regular va aflojando las resistencias, asentando lo vivido y haciendo espacio a lo nuevo.
Porque sin constancia —y esto te lo digo con honestidad—, Biodanza queda en una experiencia linda, placentera quizás, pero sin mucho poso dentro.
La práctica hace que la vivencia se vuelva impronta. Como todo aprendizaje, necesita repetición. Cuanto más lo vivenciamos, más se incorpora en nuestra manera de sentirnos, de hablar, de vincularnos, de expresar lo que queremos y cuidar lo que somos.
Pasado un tiempo, viajé al País Vasco. Busqué un grupo cerca y, al no encontrar, decidí comenzar la formación. Porque lo que yo quería era seguir haciendo Biodanza.
El deseo de facilitar surgió después, con el tiempo. En ese recorrido pude seguir asistiendo a grupos y, junto con la formación, viví un viaje profundo de transformación.
Ese viaje me reveló algo precioso. Una perla que no podía guardar solo para mí. Nació el deseo de compartir, de expandir todo eso que había tocado mi alma y que sigue resonando en mí. Con dudas, con miedos, con algunas certezas… y con la confianza de mi propio camino danzado.
Entonces… ¿qué es la Biodanza?
Es un sistema de desarrollo humano que utiliza la música, el grupo y el movimiento para generar vivencias integradoras. Es, en otras palabras, un proceso de transformación interna que se da de forma suave, sin forzar, sin buscar una catarsis.
La facilitadora propone consignas, y cada quien las toma desde su momento vital. Algunas se hacen solas, otras en pareja, otras en grupo. Siempre desde la autoregulación. Por eso cada clase tiene su ritmo propio. Y por eso la constancia es clave: es lo que sostiene y da profundidad al proceso.
No voy a decirte que todo es cómodo. Hay momentos incómodos, sí. Pero cada paso trae consigo aprendizajes.
Estar en clase, al final, es como jugar a vivir.
La vida es juguetona y misteriosa, y acá —con todo lo que traemos: mochilas, creencias, prejuicios, historias— la vamos explorando en un espacio cuidado y amoroso. Un lugar donde no hay que dejar nada en la entrada, porque todo lo que somos tiene lugar.
Y en ese ensayo profundo y vital, algo se transforma.
Como si fuésemos quitándonos capas, ropas que ya no queremos más. Máscaras que ya no nos representan, creencias que se disuelven, suavemente, al contacto con otras formas de mirarnos, de habitar el cuerpo, de estar en el mundo.
Y ahí es donde empezamos a descubrir nuestros potenciales. Con eso no me refiero a “algo dormido”, sino a algo que tal vez estaba esperando espacio: la creatividad, la expansión del ser, la expresión desde la libertad, la confianza, la capacidad de crear la vida que deseamos, de ir a lo profundo y conectar con toda la belleza y el ser luminoso que somos.
Cada grupo va generando confianza y conexión; es increíble cómo, a menudo, personas que no se conocen de nada pueden crear vínculos tan inmediatos y profundos. No lo digo solo yo, lo dicen las personas que asisten, sorprendidas por esta alquimia, siendo este un espacio que favorece este proceso y permite que florezca la armonía entre los corazones.
Pues hasta aquí te cuento.
Si te queda alguna duda, o algo en ti siente el llamado, siempre puedes venir a probar una clase.
Un gran abrazo,
Lily.