Este primer escrito es para contarte algo que me acompaña hace tiempo.

Algo que fue tomando forma con los años, y que se volvió más claro cuando lo experimenté de forma directa en un espacio de coaching somático.

Tiene que ver con lo que llamamos “sentir”.

Es una palabra que usamos seguido. Yo también la digo mucho.
Pero si me observo, muchas veces eso que nombro como sentir… no nace del cuerpo.
Es un pensamiento. Una interpretación. Y aunque eso no está mal, no es lo mismo.

La próxima vez que digas “siento que…”, hacé una pausa.
¿Eso que estás nombrando, lo sentís en el cuerpo?
¿O es más bien una idea, algo aprendido, una forma conocida de nombrarte?

Por ejemplo, decir “siento que necesito un cambio en mi vida” puede sonar profundo, pero a veces no es una sensación encarnada, sino una conclusión. ¿Qué pasaría si en vez de pensarlo, buscaras cómo se siente eso en tu cuerpo? ¿Hay inquietud en el pecho? ¿Nudo en la garganta? ¿Una expansión en el vientre?

Puede parecer una diferencia sutil. Pero cuando pensamos que sentimos —sin sentir de verdad—, algo se desconecta.
Del cuerpo. De las emociones reales. De lo que necesitamos de fondo.

A veces, lo que llamamos “sentir” es una historia que nos contamos.
Y esas historias, muchas veces, repiten viejas etiquetas: “soy insegura”, “nunca me sale”, “no puedo confiar”.
No siempre las elegimos, pero las sostenemos. Y al repetirlas, nos vamos alejando de algo más vivo, más presente.

Eso que late adentro y todavía no tiene palabras.

Volver al cuerpo es volver a eso. Al presente y al sentir.

Y no siempre es cómodo. Porque sentir también implica tocar lo que evitamos, lo que duele, lo que habíamos puesto en pausa.

Pero el cuerpo no miente.
Tiene un lenguaje propio. Y si aprendemos a escucharlo, también nos muestra lo que da alivio y placer.

A veces, incluso detrás de pensamientos aparentemente simples —como “siento que debería hacer más”—, hay una sensación corporal que pide espacio: un cansancio profundo, una tensión en los hombros, un deseo de pausa que no supimos decir.

No se trata de dejar de pensar.
Los pensamientos también traen señales. A veces son la superficie de un sentir más profundo.
Si en vez de luchar contra ellos, nos preguntamos “¿qué hay debajo de esto?”, quizás descubramos algo que necesitaba espacio para emerger.

Sentir —de verdad— no es automático. Es un ejercicio.
Como cualquier músculo, se entrena.

Y en ese camino, a veces no es fácil hacerlo sola.
Abrir espacio para escuchar el cuerpo y habitar lo que no tiene palabras puede ser profundo… y también desafiante.

Estoy acá para acompañarte en ese proceso.
Para crear juntas un espacio íntimo y seguro, donde no hace falta explicarlo todo ni tenerlo todo claro.
Solo estar —que no es poco— e ir conectando con el cuerpo y con todo tu ser.

Un abrazo,
Lily

Un comentario

  1. Que hermoso. 🫂 Es muy inspirador leer un mundo de empatía e imaginar el movimiento a través de él. Gracias por abrir estos caminos. ❤️

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